DIARIO DE UN CHALAO
(Publicado por Burladero.com, Junio de 2000)
-Es difícil hallar cupo en los aviones que de Colombia van a España. No tanto en los que regresan, estamos desocupando a Latinoamérica- explicaba, con sorna, la empleada de Iberia.
Yo, que decido la fecha de mis viajes sobre la hora, debía darme por satisfecho con que me aforaran por medio mundo, para llegar a la semana torista de Madrid el 1° de junio.
A las 4 de la mañana del 31 de mayo me levanté.
A la seis, besé a mi mujer y abandoné tristón mi casa en Cali.
A las once, bajo sospecha (colombiano), desmenuzaron mi equipaje en el aeropuerto de Panamá y me cobraban impuesto de ingreso al país, por un escala de una hora.
A las tres de la tarde, me recluyeron en una hangar de concentración en Miami, a la espera de una conexión a Madrid.
A las dos de la madrugada, en mitad del Atlántico, mi vecino de silla se sinceraba: joven ingeniero, microempresario quebrado, aventuraba hacia el "primer mundo" dejando mujer y dos hijos. Me sentí peor.
A las diez (hora española), estaba en Barajas, fatigado, explicándole al oficial de inmigración que no venía a residir ilegal sino a ver corridas de toros. Se resistía a creer tamaña estupidez.
A las doce, imploraba por una habitación en el hotel Europa. Debía esperar.
A la una, telefoneaba para saludar e informar mi arribo sano y salvo.
A las dos de la tarde, regateaba una entrada con los energúmenos reventas de la calle Victoria.
A las cuatro, en la Puerta del Sol, cabeceaba contra el sueño, frente a una taza de café y la página taurina de "El País". Vidal, enfermo, no escribe ¡Qué contrariedad!
A las cinco y cuarenta, me balanceaba del pasamanos en el Metro a Ventas.
A las seis y veinte, reencontraba los de siempre, en el congestionado pasillo de Las Ventas. -No te has perdido de nada en las 19 corridas anteriores- sonreía consolador José Luis.
A la una y media, harto de boquerones, calamares, rioja y dogmas taurinos, tomaba un taxi. Calles solitarias.
A las dos de la mañana, caía rendido y vestido sobre la cama concedida, murmurando entre dormido y feliz -estoy en San Isidro-
Habían pasado 39 horas insomnes y miles y miles de kilómetros. Me quedé profundo.
Jorge Arturo Díaz Reyes, Madrid, Junio 2 de 2000
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