Caballero con la mano en el pecho
(Publicado
por Burladero.com Junio de 2000)
Jorge
Arturo Díaz Reyes
Antonio me llamó al hotel -¿Quiere acompañarme a
Zaragoza mañana?-
En "Las Ventas" había rejones y ni
siquiera toreaban "Cagancho" y "Chicuelo"
(Ponerle así a un par bestias ¿Habrase visto?).
En Zaragoza se anunciaba una corrida poco usual; un
veterano lidiador solitario con seis toros "no aptos" para figuras y
en concurso de ganaderías. Además (me avergüenza confesarlo), nunca, había
presenciado una corrida en esa plaza.
-Si-
contesté de inmediato.
-Bien, nos vemos a las 10 en Atocha-
-¿Vamos en tren?-
-No, hombre, allí alquilaré un coche- Antonio,
residente en Madrid, no tiene uno, pero no por falta de plata, por decisión
anticonsumista.
Él es así, a su manera, un joven de los sesenta,
nieto de un general rebelde en la guerra colombiana "de los mil días"
hace un siglo. Una vez García Márquez
confesó que para su coronel Aureliano Buendía de "Cien años de Soledad"
había tomado rasgos de aquel abuelo revolucionario y sempiderrotado. También es
cierto que hasta que la dichosa novela se publicó, el padre de Antonio, el hijo
del general retratado en ella, era el más notorio novelista vivo del país. El
boom le hizo sombra. De otro lado, Luis, el hermano, murió en Paris, hace unos
años, cuando apenas despuntaba su prestigio internacional de pintor diferente.
Antonio es escritor y periodista, el más
independiente, el más irónico y el más desafiante de los que sobreviven a la
matanza de contradictores y librepensadores en nuestro país. Sobreviviente de
milagro, e invicto, sin dar brazo a torcer. Cada uno de sus artículos semanales
(publica en "Semana", todas las semanas) es un reto, un vengan por mí.
Pero esa es otra larga historia.
Lo cierto es que lo que a él más le gusta son los
toros. Por ahí, en un libro suyo, escribió algo así: Yo iba a ver corridas
pero no sabía que era aficionado hasta un día, de hace muchos años, cuando
viendo torear a de Paula, en Jerez, me sorprendí llorando.
¡Imagínense ustedes! un hombre tan duro, de una
realidad tan dura, de un país tan duro, llorando al son de unas verónicas. Pues
así es él, y escribe de toros como un enamorado, con toda la tolerancia,
blandura y falta de rigor que a riesgo de su vida jamás se ha permitido en el resto de su trabajo
periodístico.
Llegué a la estación de Atocha diez minutos tarde,
lo divisé desde las gradas automáticas, allí estaba, contrastante, calvo, barba
entrecana, mirada ausente, longilíneo, como recién descolgado de un cuadro del
Greco, calzado con alpargatas, vaqueros y una camisa de faena. Fuimos a
Zaragoza, comimos frente a la plaza, vivimos la corrida, cenamos en la
carretera y volvimos a las 3 de la mañana.
No hago reseña porque la televisaron y todos vieron
que el victorino "Herbolario"
tomó cuatro varas a ley, la última de tercio a tercio. Que "Debutante"
de Cuadri tomó cuatro más. Que Francisco
Esplá, llevó para la ocasión, largas y evocadoras patillas. Que toda la
corrida olió a rancio, a toreo pre-belmontino, a lidia, y hasta más a brega que
a lidia. Que "Paquito" salió indemne de la encerrona, sin sospechar
que cuatro días después caería malherido por otro Cuadri en Madrid.
Arrastrado "Debutante", pasó por
el callejón, frente a nosotros, Simón
Casas. Conociendo que es buen amigo suyo le dije a mi compañero -ahí va Simón Casas-
Con socarronería me reclamó -vengo desde tan lejos,
a ver esta corrida con usted, que pasa por ser buen aficionado, esperando
aprenderle algo, y el único comentario que me ha hecho en toda la tarde es: ahí va Simón Casas-
Ya sospecharán ustedes porque hay en Colombia más
de uno que ha querido matar al buen Antonio
Caballero.
Jorge Arturo Díaz Reyes, Madrid,
Junio de 2000